Las representaciones de la guerra

Carlos Martínez Assad

Todas las guerras son terribles. Resulta insoportable saber de la muerte de tanta gente, de heridos que arrastrarán alguna marca a lo largo de su vida, de los niños huérfanos. Duele más cuando los causantes apenas si se conmueven, insistiendo en sus fines egoístas. No pasa un año sin que la humanidad conozca una guerra o conflicto de envergadura. Algo evitable si los líderes tomaran las decisiones correctas, si no estuvieran dispuestos a arrojar al campo de batalla a quienes estarán involucrados en una guerra que no provocaron.

            Luego de la invasión de Rusia a Ucrania el 24 de febrero, los medios informativos tomaron partido de inmediato porque en efecto es repudiable la decisión de Vladimir Putin, pero no sólo por lo que políticamente significa, sino por el impacto en quienes a partir de ese momento su vida se encuentra en vilo enfrentando los despiadados bombardeos, el abandono de sus hogares, la hambruna y la incertidumbre de lo que vendrá.

            Los desplazamientos han sido una de las causas más dramáticas en las que se pone el acento porque en apenas tres semanas su cifra rebasa los 3 millones de ucranianos que han salido de su país. Escandaloso si se considera que, de acuerdo con la ONU, hay casi 7 millones de desplazados de Siria en los 11 años de haberse iniciado la guerra. Los que se mueven en medio de tanto conflicto son considerados desplazados y cuando las circunstancias los llevan a un país diferente al de su origen se les llama refugiados.

            Los medios prefieren acogerse mayormente a esta definición, no importa que se use indistintamente según el país de que se trate porque a los sirios obligados a dejar su país para no engrosar la cifra de muertos, al desplazarse en Líbano, su país vecino, viven como refugiados y los organismos dedicados los apoyan como tales, pero según las convenciones no cumplen los condicionantes porque no se puede ser refugiado cuando se está a unos cuantos kilómetros del país expulsor. Resulta que en Medio Oriente todos los países tienen territorios tan pequeños que es imposible para un refugiado poner tierra de por medio. Por lo tanto, no alcanza el estatus de refugiado que, en cambio, adquieren cuando suman más de 3 millones que se benefician de la acogida en países más distantes, como Turquía, o el millón que ha recibido Alemania.

            En cambio, los ucranianos que han sido obligados a huir por una guerra inclemente, aunque largamente esperada, han adquirido ese estatus de inmediato huyendo la mayoría a la vecina Polonia. Ya en la denominada guerra de Donbás, en el interior de Ucrania, a partir de 2014 fueron desplazados en el país 260 mil personas y 814 mil se refugiaron en Rusia. Sí, el país agresor, el mismo que ahora ha recibido a 4% de los cerca de 3 millones que han abandonado Ucrania. Esto no es fácil de entender porque cuándo se ha visto que se busque refugio en el país invasor, piénsese un argelino buscando refugio en Francia en 1950 o en un vietnamita solicitándolo en Estados Unidos en 1970.

            En la guerra de ahora hay mucho de inédito. Lo que tendrá más consecuencias es, sin duda, el llamado Volodímir Zelenski a la población civil para tomar las armas y combatir a los invasores. La respuesta ha generado mucha simpatía y hemos visto en los medios la entrega de armas a jóvenes hombres y mujeres que con dificultad pueden agarrar una de esas ametralladoras que les envió España para enfrentar a los rusos. En los preparativos también los hemos visto tratar de manejar una bazuca cuya potencia de fuego requiere, además de fuerza, un entrenamiento previo.

            El mismo presidente Zelenski nos trata de convencer que si Ucrania no ha caído se debe a la acción de esas milicias improvisadas que han impedido el avance de uno de los ejércitos más poderosos del mundo con el solo escudo de su patriotismo. No ha informado del número de milicianos reclutados ni cuántos han caído frente al fuego enemigo, y resulta imposible saber qué otros apoyos operan en la resistencia.

            Si pudiera haber algo más grave es la pasividad de los países que prefieren resguardarse de Estados Unidos, cuyos objetivos no explicita. Se han reiterado ya las pretensiones de Rusia que busca proteger su estatus frente a Europa que cuenta con la fuerza de la OTAN y, desde luego con Estados Unidos que, desde otro continente está decidido a no permitir de ninguna manera que Rusia se salga con la suya exigiendo límites a la expansión de dicha organización. No ha importado que este juego de potencias lleve al mundo y particularmente a Europa y Medio Oriente a la crisis por la falta de un alimento básico como es la harina y de energéticos como el gas, del cual varios países europeos son dependientes.

            Además, la guerra ha obligado a Alemania a cancelar las operaciones del gasoducto de Nord Stream 2 que duplicaría las exportaciones rusas a ese país. Esto es parte del problema porque Rusia se negó a que se tendiera sobre Ucrania, privándola de varios millones de dólares de ingreso anual e inhibiendo su desarrollo al desviar el camino del producto. Estados Unidos estuvo bloqueando su construcción, usando como pretexto la lucha por las energías limpias siendo el país que consume más gasolina, muy alejado de Japón que le sigue. Impuso sus consabidas sanciones en los países que participaran en ese proyecto, obligándolos a retirarse. Solo Alemania, la principal beneficiada del gasoducto, se mantuvo firme asumiendo los costos políticos y lo que le podrían acarrear en el resto del continente las simpatías con Rusia, por cierto, muy fuertes en los poblados beneficiados por las obras de infraestructura.

            Algo que convenientemente se elude es que la guerra comenzó desde 2014 con las disputas en las provincias del Este en las que Ucrania tuvo también lo suyo si en el lapso transcurrido han muerto más de 14 mil personas en combate contra los separatistas apoyados por Rusia. La rivalidad ha sido alentada desde Estados Unidos y secundada por los países europeos que no aceptan el desarrollo y la estabilidad económica de Rusia, de los únicos países que pueden presumir autosuficiencia alimentaria y como ningún otro su endeudamiento es mínimo y cuenta con fuertes reservas en oro. La OTAN es el instrumento de la estrategia occidental si se observa su expansión hacia el Este desde el fin de la Unión Soviética.

            Pobre gente a la que le caen encima todas las consecuencias de este endiablado entramado político.

*Publicado en Revista Proceso, núm. 2368, el 20 de marzo de 2022

Administrador

Seminario Universitario de Culturas del Medio Oriente Universidad Nacional Autónoma de México

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