Carlos Martínez Assad
El horror de las guerras se enfrenta cuando se conoce el elevado número de las víctimas que las sufren y pueden verse su rostro. Desconcierta cuando escuchamos de una mujer que murió un campo de concentración en Polonia, el día previo a su liberación o de un hombre que murió en una prisión siria antes que fuese tomada por quienes liberaron a los otros presos. La guerra de Rusia en Ucrania nos dio la noticia de La muerte por el impacto de un misil de escritora ucraniana Victoria Amelina, cuando junto a otros compañeros escritores estaba en una pizzería en Kramatorsk y sólo ella perdió la vida el pasado julio de 2023.
La guerra de Hamas e Israel proporciona otros muchos relatos. Almog Meir fue secuestrado en la acción terrorista de Hamás del 7 de octubre pasado que dejó miles de víctimas y después de permanecer como rehén en Gaza durante ocho meses fue liberado el 9 de junio: sin embargo su padre Yosi Meir no volvió a verlo porque murió en la víspera ignorando que su hijo estaba con vida.
En la misma semana, al escuchar la explosión de un misil israelí al caer sobre una casa en el sur de Líbano, un grupo de jóvenes advirtió que el blanco había sido en la de uno de ellos, corrieron a ver los daños, sabían que sus padres estaban en Beirut, en donde se refugiaron por los desplazamientos al que los intercambios de fuego entre los combatientes de Hezbolá y el Ejército de Israel, los habían obligado. Sin embargo, el padre de 86 años y la madre de 85 habían vuelto esa mañana para buscar unos documentos y quedar sepultados entre los escombros.
Abbas Johair cuenta que su padre Jaidar Joheir, murió por el impacto de un misil israelí, cuando estaba tomando café con cuatro amigos suyos en Naqoura, cerca de Tiro. Temeroso de los bombadeos, se desplazó hacia la playa frecuentada por turistas, donde su hijo atiende un local de antojitos y bebidas. No tenía relación alguna con Hezbolá.
Luego entonces, de qué se habla en la ONU cuando la paz es una palabra sólo para los líderes políticos y, claro, militares, porque significa dejar la preeminencia de las armas y las ganancias de los consorcios globalizados sin importarles las víctimas que sufren y viven con terror el ruido de los misiles, de los aviones que rompen el silencio, los drones convertidos en anuncio de muerte. Por lo mismo, son otros los intereses mientras los negociadores y representantes hacen sus planes, los países más poderosos envían armas a los frentes de combate.
Que lejos la realidad de las palabras del viejo de 85 años que vive en Jaffa, en Israel: “Éramos libres. Era la vida más hermosa. Teníamos todo: nuestra herencia, nuestro comercio, nuestro mar”. El nieto agrega: “El profundo sentimiento de pérdida y el dolor duradero del desplazamiento son sentimientos que muchos palestinos, como mi abuelo, siguen soportando, un dolor que ahora se está infligiendo horriblemente a una nueva generación”. (Mahmoud Mushtana, Can Palestinians imagine a future with Israelis after this war?, +972 Magazine, 27 de mayo de 2024)
Los representantes de los países negociadores: Catar, Egipto y Estados Unidos, para un alto al fuego en Gaza, se enfrentan a la presión de ambas partes, pero la clave está en lo que están dispuestos a conceder Hamas e Israel. Las partes del acuerdo no convencen ni a unos ni a otros por la desconfianza de las acciones de ambas desde hace tantos años. Siempre a un ataque hay una respuesta, nunca una negociación como la que ahora busca lograr el presidente Joe Biden. Se esperaba que cuando Estados Unidos se decidiera a apoyar a los palestinos, no de forma limitada a las milicias armadas, podría encarrilarse el proceso de paz. Sin embargo, Israel mantiene su dura postura de acabar con Hamas sin que se conozcan sus alcances, no solamente por sus afiliados sino también por las simpatías logradas por el impasse de la Autoridad Palestina, aceptada institucionalmente como cabeza del gobierno, pero que ha sido rebasada por los acontecimientos antes de que ocurrieran.
Además, son muchas las incógnitas de los detalles no revelados del proyecto de Biden, principalmente la candente situación de los rehenes israelíes y aunque algunos han sido devueltos, la mayoría sigue en poder de Hamás sin que se conozca el estado en que se encuentran. Y pese a la capacidad de resistencia sostenida frente al arma de las necesidades de los gazatíes que usa el ejército más poderoso de Medio Oriente, Hamas antepone a sus rehenes como el arma más fuerte que puede esgrimir.
Las razones humanitarias no parecen convencer a los participantes en esta despiadada guerra que los civiles gazatíes han sufrido con miles de vida perdidas junto con sus hogares destruidos y la infraestructura que, aún con capital, no logrará restaurarse en muchos años. El alto al fuego seis semanas y el retiro de las fuerzas israelíes de Gaza se indican para permitir el regreso a sus hogares a los más de dos millones de personas desplazadas, donde recibirán ayuda humanitaria proporcionada por 600 camiones con provisiones diariamente. Pero no parece siquiera posible encontrar entre los escombros el sitio donde se ubicaban sus viviendas.
Restituir a palestinos e israelíes a una vida cotidiana tranquila y dedicada a las actividades diarias parece por ahora una tarea imposible, más si quienes gobiernan carecen de la voluntad necesaria para poner fin a la guerra. Quizás ayudaría que vieran los rostros de quienes han perdido a familias enteras, a los huérfanos, a los que se encontraban en el lugar equivocado y la muerte les alcanzó sin tener relación con las partes enfrentadas, en particular los niños. Tener en cuenta la cantidad de víctimas que los enconos de ambas partes han causado y aceptar sus responsabilidad de forma autocrítica, podría actuar como palanca en la negociación.
Todo eso es necesario para llegar a la existencia de dos estados, porque como dice el novelista israelí David Grossman: “Creo que el principal sentimiento que comparto con mucha gente no es la rabia, ni la sed de venganza, sino la tristeza. Israel ya no se siente como un hogar, pero nunca podrá serlo mientras los palestinos tampoco sientan que tienen un hogar”. (Fernando Díaz de Quijano, El Español. El Cultural, 29 de mayo de 2024)