Carlos Martínez Assad
Mientras Irán es un desastre social internamente por las protestas surgidas por el maltrato a las mujeres y por la respuesta represiva de los ayatolas que ha alcanzado a miles de personas, cientos de muertos y encarcelados por los actos más nimios en cualquier lugar, como enviar a la cárcel a Mohammad y Astiag Haguigui, dos blogueros que se atrevieron a bailar en la calle durante 17 segundos, según el video subido a redes, también participa en el juego internacional.
Su interés en la energía nuclear mantiene la alerta en todo el mundo y más en los países vecinos dedicados a limitar su pretensión, lo que no sucedió ni con Pakistán ni con la India ni con Israel. Dos cuestiones tan alejadas obligan a pensar cómo cuestiones tan diversas forman parte del mismo país, el que defiende los valores tradicionales más exacerbados y el que pugna por un futuro garantizado por armas atómicas como otros países. A ambos aspectos se les ha dedicado una avalancha de información en los últimos decenios sin producir ninguna reacción que calme esa visión desde el exterior.
Ahora resulta que Irán produce los más modernos y eficaces drones solicitados por los países en guerra; pero en cuál guerra o en qué territorio es una pregunta obligada, porque al parecer es difícil delimitar de cuál estamos hablando. Entre el 29 y 30 de enero tuvo lugar un ataque en la planta de misiles y drones de Isfahán, en la ciudad de Tabriz.
Fue perpetrado por drones a una fábrica que los produce en Irán, de donde salen para que Rusia los use en la guerra contra Ucrania. De inicio se sospecha de Israel, pero este país no se atribuyó el ataque y nadie ha confirmado su procedencia. Sin embargo, The Jerusalem Post lo calificó como “un gran éxito”, y según se pudo apreciar en las imágenes en algo tiene razón, por las llamas que afectaron parte de sus instalaciones. Irán respondió que apenas produjo algún daño y que, en cambio, logró destruir algunos de los drones atacantes.
Teherán no acusó a un país en particular, aunque The New York Times y The Wall Street Journal insisten en que Israel estaría involucrado, algo que también ha insinuado el diputado iraní Hossein Mirzaie. Hay antecedentes para pensar en esa responsabilidad por la oposición de Israel al desarrollo de energía nuclear en Irán, porque ha realizado varios ataques a sus instalaciones militares, por ejemplo, el corte de electricidad en la planta de Natanz en 2021 y el muy sonado internacionalmente asesinato en 2021 del científico Mohsen Tajrizadeh, considerado padre del programa nuclear iraní.
Se cree que el ataque reciente fue para evitar que los drones iraníes den ventaja a Rusia, que los utiliza como arma estratégica contra Ucrania. Por su parte, funcionarios estadunidenses consultado por The New York Times han revelado que fue producido por el Mossad más que por la seguridad de Israel, lo que significaría que no se trató solamente del interés de bloquear el envío de drones iraníes a Rusia, lo cual lo pondría en una situación difícil por actuar no como el socio que es sino como miembro de la OTAN. Y en el rompecabezas falta situar el hecho de que los primeros drones con los que contó Rusia fueron los producidos por Israel.
Es mejor hacer creer que actuó para evitar que las armas iraníes lleguen a las milicias vinculadas con Teherán, como la de los hutíes en Yemen o la de Hezbolá en Líbano, y en varias ocasiones Israel ha bombardeado los aeropuertos de Damasco y Latakia con el supuesto fin de bloquear los envíos de armas y evitar su uso en atentados terroristas contra sus conciudadanos. Pero a finales de enero también fue bombardeada una caravana de 25 camiones iraníes, al entrar en territorio sirio procedente de Irak. El Observatorio Sirio para los Derechos Humanos apuntó que esa acción se produjo con drones de la coalición internacional liderada por Estados Unidos.
Israel ha actuado sin demasiados aspavientos respecto a la invasión de Rusia a Ucrania por varias razones, entre las que destacan la enorme proporción de rusos que alberga y con la guerra en Ucrania la inmigración de judíos continúa incrementándose. Tiene el mayor contingente de hablantes de ruso y gran parte del petróleo lo recibe de ese país. Por todo ello es difícil que sus relaciones las ponga en peligro un apoyo definitivo a la coalición de Occidente. Y como sea, ha contado con Rusia cuando se trató de contener al Estado Islámico en la frontera con Siria. Y tampoco puede olvidarse que Rusia mantiene una relación estrecha con Arabia Saudita, fortalecida por la crisis energética actual, destacando su acuerdo de recortes en la producción de petróleo.
El bloque que ha rebasado a los países componentes de la OTAN se ha transformado en Occidental y así es como Rusia lo ha hecho notar, por lo que Israel deberá asumir los riesgos de unirse a esa alianza para reforzar la idea del bloque donde lo han colocado los países árabes. Lo más grave es la decisión unánime de Occidente de armar a Ucrania contra Rusia; lo constata el reciente envío de los tanques Leopard 2 de Alemania, que le da ventaja en la guerra por tierra si puede disparar a blancos a 5 mil metros de distancia y, aunque su peso es de 60 toneladas, logra desplazarse a 70 kilómetros por hora.
La invasión de Rusia a Ucrania ha auspiciado un incremento en la producción de armas y en la distribución de las mismas que, según se ve, se trata de un gran negocios entre los mismos países en conflicto, sin importar las consecuencias de su uso con todos los desequilibrios del planeta que afectan no solamente a los involucrados en las guerras y, en particular, en el desajuste al orden internacional. Y Estados Unidos actúa en la distancia, sin importar los riesgos de su intervención en el resto del mundo.
*Publicado en Revista Proceso, núm. 2414, el 5 de febrero de 2023