Carlos Martínez Assad
Se ha escrito mucho sobre lo acontecido en la Gran Guerra entre 1914 y 1918, cuando el Imperio otomano entró en la contienda al lado de los imperios centrales y trajo tras de sí la bancarrota y el sufrimiento a todos los habitantes del territorio del Medio Oriente, que dominaba desde hacia 500 años. Sin embargo, no son tantas las memorias que cuenten detalladamente el día a día de lo que sucedía entonces como lo hizo en primera persona Beshara Gerges al-Buere en su Diario sobre los cuatro años de guerra, 1914-1918, que llega a los lectores mexicanos gracias al empeño de su bisnieto, Juan Naguib Farah Buere, con una traducción del árabe de Habib Samne Bitar, en un libro editado en 2021 por el impresor José Castellanos.
Heredero de una antigua tradición, el escritor de Al-Buere se suma a la de otros notables que escribieron su participación en una contienda; entre los más celebres de la región está Las guerras de los judíos, de Flavio Josefo, o el de Los siete pilares de la sabiduría, de T. E. Lawrence, que narró lo que acontecía tierra adentro en el contexto de la Gran Guerra, comprometido con la rebelión del sherif Hussein.
El diario de Beshara Gerges al-Buere es importante porque se trata de cómo un libanés vivió la contienda en ese mundo que, cuando cesó, había cambiado notablemente y su nueva conformación geográfica tendría repercusiones hasta nuestros días. Se enfoca lo sucedido en el Mediterráneo oriental, en el mar entre Grecia, Chipre y las costas sirias, que alcanzaban desde Lataquia y llegaban a Palestina.
Al-Buere observó la guerra como traductor del árabe en la armada francesa; se inició con el almirante Albert Michel Antoine Trabaud, en el crucero acorazado Jeanne d’Arc, que funcionaba como escuela de aplicación de aspirantes. El almirante fue una persona experimentada, se había enrolado en la Marina francesa desde 1888, y su prestigio tuvo que ser amplio al convertirse, más adelante, en el primer gobernador de Líbano, ya bajo el mandato francés, en 1920.
La costa oriental del Mediterráneo fue un lugar estratégico en la guerra si se piensa que en 1915 llegaron a Alejandría 20 mil soldados con equipo y caballos procedentes de Europa. Port Said fue el refugio de las flotas navales aliadas y de la pequeña isla de Arwad, muy cerca de Tartus, en la costa siria entre Trípoli y hacia el norte Lataquia. El crucero se desplazaba hacia otros puertos de importancia, como Alejandría, y por los de la costa, como Jounieh, Beirut, Jaffa, Acre, Haifa. La influencia de Francia en ese espacio de maniobras fue más que notable; el consulado francés debía autorizar el embarque de todos los barcos procedentes de las costas sirias desde 1915.
Al-Buere estuvo también en otros cruceros y barcos. El 1 de enero de 1915, cuando la región se involucraba decididamente en la guerra, abordó el barco italiano Siracusa para llegar a Alejandría. Los ingleses capturaron todos los barcos otomanos que encontraron en Chipre y en Egipto, incluidos dos cargueros con trigo llevado a los comerciantes, alimento estratégico por el asedio en que se encontraba Monte Líbano, en medio de los dos bandos en pugna. Y fue nada menos que quien participó en el tratado secreto que configuró el Medio Oriente actual, François Georges-Picot, quien regulaba el tránsito y liberaba los barcos libaneses incautados.
Al-Buere estuvo en diferentes embarcaciones, en Coudoin y en el destructor Coutle. En el d’Estrées zarpó el 11 de mayo de ese año desde Port Said y entre sus primeras acciones entre Chipre y la costa siria estuvo la de ir dejando detectores de minas que ya sembraban el pánico, por las consecuencias sangrientas de toparse con una de ellas.
Como traductor, Al-Buere fue indispensable para relatar las acciones de la guerra y atestiguar sobre la mala fama del triunvirato formado por Jamal Pasha, Talaat Pasha y Enver Pasha, a quienes el sultán envió a controlar los territorios de Medio Oriente. Bajo la égida del primero se dio la terrible represión que buscó acabar con todos los independentistas, fuera cristianos, musulmanes, armenios o judíos, haciéndolos ahorcar en las plazas públicas. Jamal sobrevivió a la guerra y fue nombrado gobernador de la Gran Siria, y cuando fue exiliado, luego de participar en el entrenamiento de ejércitos de países de la región, fue asesinado por un armenio que vengaba las fechorías realizadas.
Y mientras se desplazaba en el temible crucero Jeanne d’Arc, según el relato de Al-Buere, por los puertos de Jaffa, Acre, Gaza, Haifa, Tiro, Jounieh, Trípoli, Beirut, El Arish, Alejandría y los puertos de Anatolia, hundían botes, pero procuraban liberar a los marineros civiles. Por entonces comenzó el rumor de que submarinos alemanes estaban ya en el Mediterráneo cuando se recibió un telegrama desde el acorazado d’Entrecasteaux, informando haberse cruzado con uno frente a la isla de Rodas dirigiéndose hacia el este. Y ya se hablaba de la misma amenaza cerca de Alejandría, por lo que debieron aumentar las precauciones, aunque bien podía ser el mismo submarino infundiendo temor por diferentes puntos del Oriente.
Dadas las condiciones actuales en pleno siglo XXI, son remarcables las capturas de barcos cargados de cebada, trigo, limón ácido, otras frutas y hasta alimentos enlatados. Y en uno de sus acuciosos relatos anotó la pobreza de los marineros encontrados en ellos; y es que en Monte Líbano la escasez hacía estragos.
Entre los eventos más vinculados con las acciones de guerra fue notable el del 3 de julio de 1915, cuando un barco del jedivato de Egipto, con 600 pasajeros a bordo, fue atacado por un submarino alemán al dirigirse a Alejandría. Varios murieron ahogados y para rescatar a los sobrevivientes participaron embarcaciones inglesas. Pero lo relevante fue que el comandante del submarino alemán se conmovió al darse cuenta de que en el barco iban civiles y participó en las maniobras de rescate, aunque pidió a la tripulación del barco que no volviera a llevar pasajeros. Los submarinos permitieron que la guerra se prolongara y Alemania no respetaba el Tratado de La Haya, por más que Estados Unidos presionaba para que lo cumpliera.
Otro hecho notable que narró Al-Buere fue cuando el buque Le d’Estrées, en septiembre de 1915, recibió un telegrama ordenándole volver urgentemente a la bahía de Antioquía “para salvar a los armenios de las masacres de los turcos”. Ya en el sitio improvisaron unas balsas enormes y se unieron en las maniobras de las fragatas y cruceros Le Desaix, L’Amiral Charner, Kepher, La Foudre y un portahidroaviones, que participarían en la acción de salvamento. Los armenios atendían con desesperación desde la costa y nuestro narrador vio gente desesperada en “extrema miseria”, hombres indefensos, mujeres y niños.
Quienes portaban armas permanecieron en la cima de la montaña de Musa Dagh para responder a los turcos que los perseguían y atacaban sin miramiento. Lograban embarcar a más de 500 personas que trasladaron desde la desembocadura del Orontes para conducirlos hasta Port Said. Pudieron trasladar a unas mil 500 personas, aunque después se supo que fueron más de 4 mil armenios los rescatados de ese macizo montañoso que se libraron de la muerte cerca de 1 millón de coterráneos.
Fue uno de los más graves episodios de los que al-Buere dejó testimonio en ese diario que permite escuchar la voz de quien, de forma inusual, relató los acontecimientos en los territorios que luego serían Siria y Líbano, en los aciagos años de la guerra, de la hambruna y de la muerte. Ahora, gracias al bisnieto del protagonista, puede escucharse en el coro de las voces que nos han narrado por qué dejaron su tierra y encontraron otra donde nacieron sus hijos.
Al-Buere, al alcanzar a ver desde el barco en que se movia a Jounnieh, su lugar de nacimiento, pensaba: “¿Alguna vez volveré a este barrio y disfrutaré viéndolos a todos o pasaré mi vida como extraño lejos de mi patria y de mi familia?”.
*Publicado en Revista Procesos, núm. 2352, el 28 de noviembre de 2021