¿Requiem por Hezbolá?

Carlos Martínez Assad

El domingo 23 de febrero se realizaron las exequias de Hassan Nasrallah, el líder por más de 30 años del Partido de Dios, a cinco meses de su asesinato en una operación del Ejército de Israel y del Mossad el 27 de septiembre en la periferia de Beirut. Se lanzaron bombas antibúnker, guiadas por GPS que permiten destruir infraestructura; es decir, se lanzan y explotan en los cimientos de la construcción garantizando su destrucción total. En la acción fueron derribados 7 edificios y murieron decenas de chiitas. Quizás el líder no abandonó el lugar donde vivió por muchos años en la periferia de Beirut, convencido de que no se atreverían a atentar contra su vida por la obediencia y el poder de sus seguidores. Fue imposible realizar antes los funerales porque los bombardeos de Israel en los pueblos chiitas sobre todo en el sur de Líbano, incluso luego del alto al fuego, continuaron provocando desplazamientos de cientos de pueblos y miles de personas.

Apenas tranquilizada la situación, cuando se llenó el vacío de la ausencia de un presidente que se resolvió el 9 de enero de 2025 con el nombramiento de Joseph Aoun y la designación como primer ministro del prestigiado presidente del Tribunal Internacional de la Haya, Nawaf Salam, y además por el alto al fuego entre Hezbolá e Israel concertado desde finales de noviembre.

Los funerales de Nasrallah se realizaron en el Estadio Camille Chamoun de la ciudad deportiva, cerca del aeropuerto de Beirut dando cabida a 80 mil personas mientras miles se encontraban en los alrededores, llenando las calles en una suma que calculó en más de un millón. Se temía que esa manifestación de fuerza pudiera dar lugar a actos violentos, pero solo los aviones de combate israelíes F-15 y F-35  sobrevolaron la zona, incluido Beirut, a muy baja altura. Al mismo tiempo, varias naves no tripuladas atacaron varios puntos del sur del país, lo que según dijo Israel en un comunicado, “transmiten un mensaje claro: quien amenace con destruir Israel y atacar a Israel, será su fin” (Times of Israel, 23/02/2025).

La prensa internacional mencionó que no serían solamente los funerales de Nasrallah, sino también los de El Partido de Dios, postura que fue desmentida por el gran contingente de chiitas que, sin temor, despidieron a su líder histórico.

El partido político con el que simpatizan parece dispuesto a mantener su presencia en el país, probablemente alejado del brazo militar que otros agrupamientos y un porcentaje de la sociedad considera responsable de la destrucción, aunque por lo que se vio ese domingo caben muchas opiniones al respecto. Aún así, gran parte de la población libanesa, cansada del belicismo de Hezbolá, considera necesario que Líbano se desvincule del llamado Eje de la resistencia y se dedique a la recuperación interna. Lo cual coincide con lo manifestado por el presidente Joseph Aoun en un encuentro con el ministro de relaciones exteriores de Irán, Abás Araqchí antes del funeral de Nasrallah: “el Líbano se ha cansado de las guerras de otros sobre su territorio y los países no deben interferir en los asuntos de otros países” (L’Orient Le-Jour 25/02/2025).

Los asistentes enarbolan carteles, como acostumbran, del jeque chiíta con su turbante negro que lo identifica como un venerado clérigo musulmán de alta jerarquía, un sayyid, un hombre cuya ascendencia se remonta al profeta Mahoma. Nasrallah había nacido en Beirut en 1960, en un barrio mixto de los más pobres con armenios cristianos, drusos, palestinos y musulmanes chiitas. En los años setenta fue educado en seminarios islámicos de Irak e Irán, en donde trabó amistad con los más altos líderes del chiismo, entre ellos el Ruhollah Jomenei, líder de la revolución iraní, y con Alí Jamenei, el actual Ayatollah en Irán.

Se unió Hezbolá desde el comienzo de la organización y en 1992, se convirtió en su Secretario General, cuando apenas tenía 32 años. Su administración fue fundamental para transformar un movimiento local en una fuerza regional capaz de enfrentar a Israel y hacerlo salir del Líbano y ganarse el favor de Irán que le dio la mayor parte de sus apoyos económicos. Esa fue la percepción de gran parte de los libaneses desde que Israel debió abandonar las Granjas de Sheba en el 2000, que se coronó durante la guerra del verano de 2006, que dejó una gran destrucción, pero la organización se reforzó y logró un fuerte crecimiento.

A pesar de que  Hezbolá fue calificada, desde sus inicios, como una organización terrorista, Nasrallah no fue un líder radical. Criado en un país multiconfesional siempre optó por un Estado que se agrupara a todos los grupos religiosos, coincidente con la de los líderes árabes previa a la partición de 1947. En sus últimos discursos, en el contexto del enfrentamiento de Israel y los palestinos, abogaba por la solución de los dos Estados, reconociendo implícitamente la existencia del Estado de Israel, sin cambiar el programa formativo su no aceptación de ese país. Sin embargo, ese cambio fue compartido con otros líderes, incluso el radical Ismail Haniyé.

Las imágenes del funeral del líder de Hezbolá muestran que no es un grupo a punto de desaparecer y que el peligro de una nueva guerra seguirá latente mientras se sigan considerando mutuamente una amenaza para la región. Será más grave que los últimos acontecimientos y la presencia del ejército de Israel en el sur de Líbano, su avance territorial en Siria, reaviva acontecimientos ya vividos.

(Con la participación de Yolotl Valadez y David Ordaz del Seminario Universitario de Culturas de Medio Oriente, UNAM)

Publicado en La Crónica de Hoy, 4 de marzo de 2025.

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