Afganistán y “Los niños del fin del mundo”

Carlos Martínez Assad

Los niños sólo son culpables de haber nacido en este mundo de intolerancia donde la guerra y el rencor han arrasado cualquier forma de solidaridad.  Es el mensaje que deja la película Stray Dogs (Perros callejeros) de la directora iraní Marzieh Meshkini, de 2006, que desde ese ya lejano año anunciaba la era postalibán. Eso, en el supuesto de que terminaba la presencia de Estados Unidos en Afganistán, después de haberlo invadido en la búsqueda de Al-Qaeda que había realizado los atentados del 11 de septiembre de 2001 hace casi 20 años. Ahora, el gobierno estadounidense afirma que en ese aniversario se retirará definitivamente.

Pero, ¿qué ha cambiado en dos décadas respecto a la fuerza del talibán, supuestamente reducida con la presencia de Estados Unidos en ese país? Todo parece indicar que muy poco, sí mientras se realiza ese retiro la guerrilla que sembró el terror en el país ha regresado por sus antiguos fueros desde que fue gobierno en 1996. Entonces las mujeres no podían salir solas a las calles, se les obligaba desde niñas a usar la burka, el velo que cubre todo el cuerpo; los varones debían dejarse crecer la barba y la música estaba prohibida. Pese a los cambios ocurridos desde entonces, existe un enorme temor de que los talibán vuelvan por sus antiguos fueros, como lo demuestran las fugas masivas que están teniendo lugar ante el temor de la guerra civil que amenaza al país.

En aquella película, dos niños deambulan por las calles de Kabul en un paisaje miserable y en medio de la inmundicia, que incluye restos de libros quemados, salvan a una perrita de la turba que la perseguía, refugiándose en una cueva. Como se hace tarde deben regresar a una “prisión nocturna” y con ruegos logran ingresar para dormir junto a su madre, que está presa purgando una condena de adulterio por la denuncia de su marido talibán. En la cárcel el frio y el hambre provocan el llanto de los bebés de las madres más jóvenes y apenas logran mitigarlo encendiendo fogatas con los materiales de desecho a su alcance.

Los niños salen de nuevo por la mañana para reunir, en la basura que se acumula junto al río, algo que les permita intercambiar en el mercado. Consiguen así un pan y una moneda con la que compran un rosario que llevarán de regalo al padre para suplicarle el perdón para su madre. Aunque sabe que debido a su ausencia de cinco años, ella se casó, mantiene su condena por adulterio y él sentencia que se vaya al infierno, ese lugar en “un gran abismo donde los ángeles queman a los pecadores”.

Regresan los niños a la prisión sin la suerte del día anterior, porque el guardia que conocen les niega el acceso y debe cumplir órdenes de las autoridades. Los niños dormirán a la intemperie pero el frío los obliga a buscar abrigo en el esqueleto de un auto abandonado, en un basurero que regentea un niño mayor a quien deben pagarle para dormir allí. Y cuando le cuentan que no les permiten acceder a la prisión, les da una receta certera: robar para que los atrapen y puedan reunirse con la madre.

Después de varios intentos, porque no saben hacerlo, toman una bicicleta y la policía los perseguirá hasta atrapar al niño, quien, feliz, piensa equivocadamente que lo llevarán a la misma prisión donde se encuentra su madre. No es así, porque las prisiones están divididas por sexos. La hermanita que lo ha seguido pide que la detengan a ella también, y sin lograrlo se queda vagando por la calle, sola con la compañía de la perrita.

Ese panorama desolado que apenas estaba cambiando con mujeres que ya pueden ir solas por la calle y pueden estudiar sin maltratos por hacerlo, hombres afeitados y niños que se divierten con papalotes que previamente estuvieron prohibidos, vuelve de nuevo. No parece valer nada el acuerdo de paz de Estados Unidos con los talibán del mes de febrero, que incluía la liberación de 5 mil combatientes contra mil de las fuerzas del gobierno, algo a lo que se opusieron Francia y Australia, porque muchas de las víctimas eran sus connacionales. En el lapso que han durado las conversaciones más de 2 mil civiles han sido asesinados y más de 3 mil han resultado heridos, según la Misión de Asistencia de la ONU en Afganistán. Muchos sufrieron atentados que han tenido lugar por todas sus provincias, incluso en Kabul, la ciudad más vigilada. Entre ellos se cuentan varios profesionistas, docentes y traductores muertos con artefactos colocados en sus automóviles, pero los talibán justifican alegando que son civiles quienes trabajan para el gobierno. Incluso en la provincia de Ghasi, en diciembre 15 niños murieron por el   estallido de bomba mientras recitaban el Corán en la oración del viernes. Y es que esas tácticas semejantes a las del Estado Islámico, que no ha respetado ni a los de su misma religión, han sido reproducidas por terroristas que entran desde Irak, y se han recrudecido en la medida en que los talibán ven las posibilidades de regresar a la posición que ocupaban antes de la llegada de Estados Unidos.

Ante la amenaza de una guerra civil y ante la perspectiva del regreso de los talibán, muchos afganos han huido a Irán, Pakistán y Turquía. Las autoridades del primer país han debido devolver a 700 mil personas desde sus fronteras y en el segundo se aloja el mayor grupo de refugiados luego de los sirios. Además hay 4 millones de desplazados que mal superan las trabas para su supervivencia. A ese panorama se agregan las continuas salidas de enormes contingentes, como el millar de soldados del gobierno que el 5 de julio pasado cruzaron la frontera con Tayikistán en busca de refugio por temor a las represalias por la previsible llegada al poder de los talibán. El gobierno de ese país está considerando habilitar campos en la espera de una avalancha de afganos que huirán de su país. El presidente afgano, Ashraf Ghani, se comunicó con su homólogo en ese país y ha buscado el apoyo del presidente de Rusia, Vladimir Putin, quien le ofreció ayuda en caso de ser necesaria.

De la misma forma como las tropas estadunidenses abandonaron Irak, continúan saliendo desde mayo, mostrando una vez más la incapacidad de lograr el cambio buscado. Una vez más Estados Unidos deberá asimilar el fracaso de una ocupación militar y mostrar que más de 20 años no bastaron para lograr pacificar ese país. Si se toman en cuenta las constantes denuncias de la Comisión Independiente de Derechos Humanos de Afganistán, en sólo un año se han denunciado más de 100 asesinatos y el país es considerado uno de los más mortíferos del mundo. Y no hay que dejar de lado que muchas de las muertes han sido causadas por los países que participaron de la ocupación y también por las acciones de las fuerzas gubernamentales.

Mientras la directora Marzieb Meshkini filmaba en Afganistán, se dedicó a ofrecer apoyos a varios de los cientos de niños desamparados que vivían en las calles de Kabul, huérfanos o con los padres en prisión, como los del relato de la película, que puede ser vista bajo el título de Los niños del fin del mundo, presagio de todo lo que de apocalíptico está sucediendo en ese país.

*Publicado en Revista Proceso, número 2332, el 11 de julio de 2021

Administrador

Seminario Universitario de Culturas del Medio Oriente Universidad Nacional Autónoma de México

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