Día Mundial del Refugio, la peor señal de nuestro mundo

Carlos Martínez Assad

No son suficientes las alarmas ni los desastres ni las muertes para volver la vista hacia los emigrantes. Esa población de 280 millones que viven en países diferentes a los de su nacimiento, con un incremento inusitado que superó en los primeros 20 años del siglo los 100 millones de personas. Eso explica que en Estados Unidos estén 50 millones, en Alemania 16 millones, en Arabia Saudita 13.5, en Rusia 11 y en el Reino Unido 9 millones de inmigrantes.

Y en medio de toda esa información el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR) dio su informa sobre 2020 cuando la cifra de refugiados alcanzó 82 millones 400 mil; se trata de las personas que han salido de sus países por guerras, violencia, persecución y violación de sus derechos humanos. Esto significó un aumento de 4% sobre la cifra de 79 millones 500 mil de finales de 2019.

El informe muestra que al terminar 2020 había 20 millones 700 mil refugiados bajo el mandato de ACNUR, además de los 5 millones 700 mil refugiados palestinos en Gaza, Líbano, Siria y Jordania. Otros 48 millones eran desplazados internos en sus propios países y 4 millones 100 mil adicionales eran solicitantes de asilo.

Las y los menores de 18 representan 42% de todas las personas desplazadas forzosas. Estaciones del ACNUR muestran que casi 1 millón nacieron como refugiados entre 2018 y 2020; se trata de los sin país, es decir apátridas. Un factor más se agrego a las de por sí difíciles condiciones de vida de esos conglomerados: la pandemia por covid-19, que provocó el cierre de fronteras de 160 países y 99 de ellos no hicieron excepción a las personas que pedían protección.

La crisis que se vive impulsó los desplazamientos en Etiopía, Sudán, los países del Sahel, Mozambique, Yemen, Afganistán y Colombia en un número que se elevó a 2.3 millones. Hay que resaltar el caso notable de 3.9 millones de desplazados en Venezuela. Más de dos terceras partes de todos los refugiados en el extranjero provienen de apenas cinco países: Siria con 6.7 millones, Venezuela con casi 4 millones, Afganistán y Sudán del Sur con 2 millones 600 mil, respectivamente, y Myanmar con 1 millón 100 mil.

Las solicitudes de asilo pendientes de respuesta se mantuvieron en el mismo nivel que en 2019 con 4 millones 100 mil. Al ver las historias individuales es más claro el problema.

Aquí un ejemplo: el periodista Behrouz Boochani, exiliado de Irán, se encuentra en un campo de refugiados desde hace ocho años en la isla de Manus, en Australia, a la espera de ser beneficiado con alguna de las 150 visas ofrecidas por Nueva Zelanda. Desde Port Moresby el activista afirma que el sitio es como una cárcel, y peor debido a la pandemia, que hace más difícil la situación.

De origen kurdo, Boochani afirma que en Irán, su pueblo es visto como indígena y siempre están luchando por sus derechos, por sólo pedir que se les permita escribir en su propia lengua; una pretensión que ha llevado a muchos a prisión.

Mientras no se encuentren soluciones el asunto seguirá siendo un problema cada vez más grave, adscrito al sistema mundo con los cambios que ha tenido en los últimos tiempos. En la costa de Libia se ofreció la más reciente inmolación en el Mediterráneo. Cientos de náufragos y decenas de cadáveres de quienes intentaban llegar a Europa huyendo de sus miserables vidas flotaban en el agua. En abril el barco Ocean Viking, de la ONG francesa SOS Mediterranée, los encontró como saldo del vuelco de una barca de goma que transportaba 130 personas, de las cuales varias no aparecieron. Una nave que continúa en su labor de rescate y que apenas hace unos días salvó otros cientos de vidas.

Según la Organización Internacional para las Migraciones, en lo que va de 2021 ya asciende a 600 el número de ahogados. Han llegado a las costas italianas cerca de 13 mil 757 migrantes en los últimos meses; un aumento considerable respecto al año pasado, en que para el mismo lapso se contaban 4 mil 237 personas.

Un evento extraordinario fue el arribo a Ceuta de más de 8 mil emigrantes, porque lo hicieron a nado, ilegalmente, bordeando la costa de Marruecos; hablan dariya (el árabe dialectal marroquí) y llegan con un poco de dinero y su infaltable teléfono celular. Se considera que mil 500 son menores de edad. Cruzaron nadando el espigón fronterizo, nadando o caminando incluso por la playa marroquí ante la ausencia de fuerzas locales, las que protestaron por esa forma por la acogida en España del líder del Frente Polisario, Brahim Gali, para ser atendido de una enfermedad.

Mientras esa avalancha de migrantes llegaba, muy cerca de allí Salvamento Marítimo Español debió ayudar a 76 personas que llegaban a Ceuta en 16 pateras por aguas del estrecho del mar de Alborán. El problema se ha agravado en dicha frontera desde octubre de 2019 por haber cancelado el gobierno de Rabat el contrabando aceptado por usos y costumbres. Miles de familias procedentes de Fnideq (un poblado de 77 mil habitantes) y de Tetuán (de 380 mil) se dedican al comercio ilegal como forma de subsistencia. Se alega que el cierre de Ceuta y Melilla fue motivado por la pandemia, pero esa cancelación tuvo consecuencias drásticas por impedir el trasiego de 3 mil trabajadores que iban y venían por esa ruta y, como lago digno de subrayar, incluía a muchas mujeres.

Entre lo más contundente de este nuevo siglo de migraciones, del total global de 275 millones de migrantes y refugiados en el mundo, 17% procede de Medio Oriente. De ellos, 29 millones son los trabajadores distribuidos en los países del Golfo y 5 millones 600 mil son sirios albergados por Turquía, Líbano y Jordania.

Por otra parte, en 2019 se contaban 2 millones 700 mil afganos registrados en Pakistán (con 1 millón 420 mil 673), en Irán (con 951 mil 142) y en Europa, principalmente en Alemania, Austria, Hungría y Suecia. Se trata del segundo numérico de los que se encuentran en tránsito en Turquía, luego de los sirios.

Lo que se cuenta de manera simple tienen muchas implicaciones: formas de racismo, discursos de odio, tráfico de personas casi siempre menores, prostitución, contrabando, corrupción, muertes. Los extremos son conocidos y, sin embargo, una de las mayores dificultades es que se sigue viendo a los refugiados como invasores, lejos de entender que es el mundo actual el que cada vez nos acerca más, derrumbando todas las barreras, aun los muros construidos por el hombre.

México no es ajeno al proceso, además de ser el país con el mayor número de migrantes, en 2020 casi 10 mil mexicanos fueron forzados a desplazarse dentro del país y más de 100 mil tuvieron que hacerlo debido a desastres naturales. Y definido como país refugio institucionalmente, lejos está de cubrir las solicitudes de refugio que se han venido presentando y que han crecido en los últimos años; fueron 41 mil 179 en 2020 y en lo que va de 2021 ya son 41 mil 195. Y, sin embargo, son aceptados apenas unos cuantos.

Casi insólito es el de Tenosique, Tabasco: es ahora uno de los mayores receptores de solicitudes de asilo. Sólo entre enero y mayo de 2021 han solicitado apoyo ante la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados 41 mil 195 personas, de las cuales apenas 3 mil 501 iniciaron su proceso (ni siquiera 10%) y falta por ver cuántas serán aceptadas. La explicación para entender esa situación sería la misma para entender qué sucede en el sistema mundo que hace que todo esté relacionado con todo.

*Publicado en Revista Proceso, núm. 2330, el 27 de junio de 2021.

Administrador

Seminario Universitario de Culturas del Medio Oriente Universidad Nacional Autónoma de México

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