La heterogeneidad en la cruenta guerra en Yemen: Occidente e Irán en escena
Mtro. Juan David Echeverry Tamayo
Lic. Alexandra Pérez Lugo
Fuente del mapa: https://www.mapas-del-mundo.net/asia/yemen/detallado-mapa-de-localizacion-de-yemen
Si algo han dejado claro los conflictos internacionales de las últimas décadas, es que, pese a la retórica de los grandes principios, la política internacional sigue moviéndose de manera primordial por los intereses de Estado y la competencia geopolítica. Ejemplos de esto podemos observarlos en Libia, Siria, Irak y Afganistán, pero es especialmente evidente en el manejo político y mediático que han tenido dos conflictos aun activos, la Guerra de Ucrania y la Guerra Civil de Yemen, poniéndose todos los reflectores en la primera debido a la participación rusa, mientras que la segunda es constantemente relegada a una mera nota curiosa. Esto no quiere decir que un conflicto sea per se más importante que el otro o que el sufrimiento de ucranianos y yemeníes deba ser confrontado, pero si muestra la doble moral detrás de cómo se interpretan las acciones de una potencia u otra, dependiendo de su cercanía a ciertos intereses geopolíticos.
Basta con detallar los costos de los últimos ocho años de la guerra civil que enfrenta a los rebeldes hutíes y el gobierno republicano yemení, para darse cuenta que nos encontramos frente a tal vez la mayor tragedia humanitaria de la actualidad, mereciendo esta apenas atención y cubrimiento por parte de los medios occidentales. Así, según Oxfam de los 30 millones de habitantes de Yemen cerca de 23 millones requieren ayuda humanitaria para poder subsistir y 16 millones no tienen acceso a la sanidad, quedando a merced de los recurrentes brotes de cólera y difteria. Cuestión que ha convertido a la guerra en el único medio de supervivencia para una población llevada al extremo, al punto de que en diversas ocasiones los combates por mantener el control sobre los recursos que proporciona la ayuda humanitaria, terminan siendo tanto o más encarnizados que los esfuerzos por controlar porciones de territorio.
Además, Yemen es un microcosmos de todos los fenómenos que se han presentado en Medio Oriente en la historia reciente, viviendo parte del caos que siguió la caída del Imperio otomano, la acción del colonialismo e imperialismo británico y estadounidense, las contradicciones entre modernización y tradición que han asolado la región, la competencia de la Guerra Fría, el enfrentamiento de potencias regionales, el resurgimiento de grupos islamistas, el tráfico descontrolado de armas, la fragmentación territorial postcolonial, entre otras problemáticas vitales para entender Oriente Próximo. Como si esto fuera poco, aunque no podemos afirmar que la guerra civil actual es únicamente producto de choques religiosos, sin lugar a dudas el que el país este conformado por una mayoría sunní y una gran minoría chií, lo ha convertido en un escenario perfecto para la competencia geopolítica de Arabia Saudita e Irán.
Ahora bien, la Guerra Civil yemení debe ser entendida como solo la manifestación actual de una larga historia de conflictos y desavenencias internas, avivadas por la acción de potencias extranjeras que buscan cumplir los objetivos de su agenda en la región. Tengamos en cuenta que Yemen posee una ubicación estratégica en el Golfo de Adén, lugar por donde circula cerca del 11% del crudo mundial y numerosas mercancías que van desde Asia, al norte de África y Europa, movidas por unos 20.000 buques que anualmente navegan estas aguas, sin que exista una ruta marítima alternativa que no termine por aumentar dramáticamente los costes de transporte. En consecuencia, la pobreza y atraso del país, contrasta radicalmente con su importancia para el comercio mundial y la estabilidad regional, creando una superestructura que asegura que siempre existirá alguien interesado en apoyar la facción yemení que más se adapte a sus intereses.
Esta tragedia geopolítica que pone a 23 millones de personas en riesgo extremo de hambruna, justo al lado de una de las fronteras más ricas del mundo (Arabia Saudita), y sobre una de las mayores rutas del comercio global, ha hecho que se establezca una relación paradójica entre Occidente y las fuerzas enfrentadas en Yemen, debido a que con tantos intereses en juego inevitablemente la realpolitik termina por superponerse a cualquier idealismo que busque guiar la política internacional occidental. Tal vez uno de los casos más emblemáticos de esta compleja relación, es la venta de armamento moderno a Arabia Saudita para su uso en Yemen, a pesar de que diversos organismos internacionales y ONGs han denunciado ataques deliberados contra población civil por parte de Riad y sus aliados.
Lo anterior se debe a que muy por el contrario de lo que muchos pensaron en un primer momento, el moderno y bien financiado ejército saudí, no pudo aplastar a los milicianos hutíes del norte de Yemen, enfrascándose en una costosa guerra de desgaste. Este revés convenció a los dirigentes saudíes de aplicar una de las máximas que se ha popularizado desde la Segunda Guerra Mundial, la cual indica que para vencer al enemigo es necesario primero doblegar a su población civil. De esta manera Arabia Saudita pasó a seguir (aunque en mucho menor escala) la tradición de los bombardeos a población civil que tan mortíferos fueron en Alemania, Japón o Vietnam, con la esperanza de que la población local terminara por revelarse en contra de los líderes hutíes.
Aquella lógica de amedrentar a la población civil como una estrategia de guerra para destruir las bases sociales del enemigo, se ha complementado con un bloqueo por cielo, mar y tierra que solo ha logrado extender la miseria, el hambre y las enfermedades en la región, sin conseguir doblegar a los ejércitos rebeldes que aun controlan amplias zonas del país. De esta forma, las armas y bombas estadounidenses y británicas que dicen defender la libertad en Ucrania, en Yemen sirven para efectuar cientos de ataques por parte de la coalición árabe liderada por Arabia Saudita, causando numerosas bajas y heridos civiles, dentro de los que cabe mencionar 19 ataques a hospitales, clínicas y ambulancias y 293 incursiones que han provocado miles de desplazados. En palabras de Martin Butcher, consultor político de Oxfam sobre armas y conflictos, en Yemen existe «un patrón de violencia contra los civiles (por parte de todos los bandos)», mientras que Leyla Hamad investigadora de la Fundación Alternativas denuncia que se ha usado el hambre como «instrumento de guerra».
Así, solo en 2022, 450 civiles murieron engrosando la cifra de 370.000 muertos entre los que se incluyen 11.000 niños. Todo esto en un contexto de pandemia que sobrecargó las ya pésimas condiciones de vida de la población yemení, empeñando su desarrollo por generaciones. La importancia de todas estas cifras es que contrario a la preeminencia que se le otorga al problema del narcotráfico, la venta legal e ilegal de armas a países autoritarios, convulsos o empobrecidos, no parece despertar ni de cerca la misma premura, aunque este fenómeno termina por condicionar de manera mucho más radical el futuro de países y regiones enteras.
Como una forma de señalar un paralelismo, en 2021 México denunció a parte de la industria armamentística estadounidense, debido a que el comercio laxo de armas en este país, está inundando las fronteras mexicanas con todo tipo de armamento que alimenta la violencia extrema a la que se enfrenta hoy la sociedad mexicana, sin obtener una respuesta positiva por parte de Estados Unidos. En contrapartida, Londres y Washington han recibido duras críticas sobre su papel como proveedores de armas a Arabia Saudita, en un mercado que en el caso británico genera 30.000 millones de euros. Lo preocupante de todo este flujo de armamento, es la pregunta de cómo se puede garantizar que parte de este no está terminando en manos de grupos armados, perpetuando la guerra en Yemen y en otros escenarios regionales.
No obstante, las causas de la persistencia de la guerra no solo pueden atribuirse a factores externos, pues la imposibilidad de los yemenís de establecer canales de diálogo, junto al fracaso a la hora de construir un modelo estatal sólido tras la unificación de la República Árabe de Yemen más tribal, tradicional e islámica, y la República Democrática Popular de Yemen fundamentada en los principios del comunismo, sentaron las bases para que los intereses y enemistades tribales consolidaran un proceso de desintegración social y guerra continua. Por otro lado, el contagio de la ola de levantamientos que trajo consigo las Primaveras Árabes en 2011, hizo que el descontento social en Yemen que reclamaba el derrocamiento del dictador Alí Abdulá Saleh, terminara por degenerar en un popurrí de facciones enfrentadas entre sí, las cuales exigen desde la autonomía, la secesión o el empoderamiento tribal, hasta la instauración de una teocracia basada en la sharía.
En otras palabras, aun con todos los intereses externos, la Guerra Civil yemení no puede entenderse sin la fragmentación interna y la decadencia del Estado actual. Una muestra de ello, es que tras 33 años de una dictadura legitimada a través del clientelismo tribal, la corrupción, la desigualdad y la alianza con intereses extranjeros, cualquier atisbo de instituciones que permitieran canalizar los conflictos internos del país a través del diálogo entre partidos políticos, se desvaneció en un unipolarismo reinante desde 1993 a la cabeza de Saleh, quien incluso pretendió convertir por medio de la constitución a su hijo en heredero de su cargo, instalando una especie de monarquía en el país.
Sin embargo, la escalada de violencia en la guerra civil de Yemen no sería posible sin la exportación de armas desde países como Reino Unido a Arabia Saudita, pues como asegura la Campaña contra el Comercio de Armas (CAAT) a inicios del 2023; el Reino Unido sería culpable de negligencia, luego de que reanudara en 2020 la venta de armas a Arabia Saudita y su coalición progubernamental contra los hutíes apoyados por Irán. La decisión se generó pese al congelamiento temporal de venta de armas a Riad emitido por Estados Unidos para este mismo año, amparado en el riesgo de posible violación al DIH en Yemen gracias a estas armas, al que Italia se sumó en contraposición a la autorización del Reino Unido por 1.880 millones de dólares destinada a suministrar armamento a Arabia Saudita en 2020.
La falsa empatía estadounidense no duró por mucho tiempo, puesto que revirtió la decisión sobre la venta de armas a Arabia Saudita bajo la presidencia de Trump. Asimismo, aunque desde la campaña presidencial estadounidense, Biden se declaraba en desacuerdo con Trump denominando incluso a Arabia Saudita como “Estado paria”, debido al asesinato del columnista de opinión del The Washington Post Jamal Khashoggi por órdenes del príncipe saudí Mohammed bin Salman en 2018, en julio del 2022 la casa Saud y Biden de nuevo estrecharon lazos comerciales reanudando la circulación de petróleo y armas entre ambos países.
En este sentido, Estados Unidos y Reino Unido integran junto a Francia, tres de los seis países líderes que albergan las mayores empresas armamentistas del mundo, según el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI), siendo la venta de armamento para estos estados una parte importante de su PIB e influencia internacional. Para el caso del Reino Unido, sus beneficios de venta se estiman en alrededor de 23 mil millones de libras desde el inicio de la guerra en mención, y recientemente sus ganancias posiblemente sigan en aumento, debido al envío de armamento altamente tecnológico al gobierno de Yemen para 2023, el cual comprende las bombas Paveway y misiles de largo alcance como Brimstone y Storm Shadow.
Por su parte, Emiratos Árabes Unidos aun cuando forma parte del selecto grupo apoyado por Occidente en Medio Oriente, posee intereses propios en Yemen y persigue una agenda distinta a la saudí al tener relaciones más cercanas con Irán. Aquello complejizó aún más la Guerra Civil, gracias al apoyo emiratí al ala separatista del Sur (STC) desde el inicio de la guerra, debido a que en Abu Dabi temen que una toma del poder estatal por parte del actual presidente yemení Rashad al-Alimi, puede terminar por aumentar la legitimidad y poder regional de los Hermanos Musulmanes, abriendo la posibilidad a una futura fragmentación del país.
En cuanto a la facción hutíe y chiita que resiste contra el gobierno yemení, su capacidad de mantenerse en la guerra se debe en gran medida al soporte vertebral de la República Islámica de Irán desde 2015 (aunque sin una declaración plena), que queda en evidencia con la incautación de armas en el Golfo de Omán con dirección a Yemen. Al respecto, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en la resolución S/2022/50, aseguró la recuperación de armas térmicas de fabricación chino-iraní en el golfo de Omán con destino a Yemen en 2021. Igualmente, desde noviembre 2022 a enero del 2023, Estados Unidos y Francia (este último con relación bilateral con Irán), denunciaron la interceptación de entre 2.000 a 3.000 fusiles de asalto AK-47, misiles antitanque y más de medio millón de municiones, producto del contrabando marítimo con destino a los hutíes desde Irán.
El suministro militar de Irán a los rebeldes yemenís, se complementa con el ejercicio de empoderar a distintas facciones chiíes, entre las que se encuentran los hutíes, formando un conjunto de actores mediante los cuales Irán puede atacar petroleras y puertos tanto de Yemen en manos del gobierno, como de Arabia Saudita. Pese a lo anterior, según Hans Grundberg del Consejo de seguridad de la ONU y Associated Press, en enero del 2023 Arabia Saudita y los hutíes reactivaron el diálogo tras los vaivenes de las treguas y los intercambios indirectos desde septiembre del 2022. Las exigencias y condiciones puestas por el gobierno saudí para la firma de un acuerdo, incluyen la reapertura del aeropuerto en Sanna y el desbloqueo de los puertos controlados por los hutíes, como el Hodeida en el Mar Rojo, mientras que los hutíes reclaman que el pago de salarios a los empleados del Estado (incluyendo los militares) provenga del bolsillo de la renta petrolera de Arabia Saudita y los países de la coalición.
Como vemos, queda claro que la prolongación e intensidad de la guerra en el país no solo se debe al carácter “tribal” y “violento” del pueblo yemení, sino a la llegada de elevados flujos monetarios y armamentistas brindados por la heterogeneidad de actores estatales y no estatales del conflicto, incluidos aquellos Estados que enarbolan las banderas de la paz y la democracia. Además, la influencia de Irán en Yemen como autoproclamado salvador de la minoría chiita, es una pieza más de este Estado para aumentar su influencia en toda la región a costa de la hambruna y la cruenta violencia entre las facciones enfrentadas en Yemen, haciendo que el panorama de reconstrucción del tejido social yemení y el establecimiento de acuerdos sea inmensamente complejo en un escenario de postconflicto.