La intolerancia ensombrece al mundo

Carlos Martínez Assad

El odio no es una característica en el pasado de los pueblos. Su presencia en el mundo moderno alarma porque contradice la racionalidad de las filosofías del Renacimiento o de la Revolución Francesa que, con todo y sus rasgos intolerantes, pusieron las bases de la modernización. El odio parece disociado de la Ilustración, pero no es solamente producto de la ignorancia.

Desde el poder el odio ha sido una herramienta de dominio, como se demostró en el Congo dominado por los belgas o en el apartheid en Sudáfrica o en la Alemania nazi. Sin embargo, vuelve como si la historia no arrojara ninguna enseñanza.

Como mal de nuestro tiempo, el odio lo recicló con fuerza el presidente Donald Trump a través de su discurso. Apenas tomaba posesión en 2017 y ya prohibía el ingreso al país de refugiados procedentes de Irak, Irán, Siria, Yemen, Somalia y Sudán, no por ser musulmanes, argumentó, sino porque se trataba de países con un “terror tremendo”. Su primer efecto fue 

negar la visa a la protagonista iraní de El viajante, del director Asghar Farhadi, nominada a la mejor película extranjera en el Oscar de ese año, presea que ya había obtenido por Una separación, en 2012.

            Se afirma que 90% de los delitos de odio no se denuncian en Europa y continúan las agresiones contra inmigrantes, homosexuales, lesbianas, discapacitados y mendigos. En el metro de España o Francia son constantes las agresiones contra el otro, sea un chino, un árabe, un indio, un latinoamericano. Hay muchas evidencias de discriminación racial en diferentes países como Estados Unidos, de los que ya ha alertado la ONU. En España se cuenta ya con fiscalías contra delitos de odio y discriminación.

            En este contexto, los judíos se sienten cada vez más amenazados en Europa y particularmente en Francia; con un pasado marcado por la tragedia, sufren amenazas y hasta asesinatos, como los de enero de 2015 en París durante la toma de rehenes en un mercado kosher y en el ambiente generado por la agresión a la revista Charlie Hebdo. Como se sabe, fue un hecho provocado por yihadistas islámicos que han alertado a la sociedad respecto a los árabes, como si fueran todos responsables de la acción de ciertos grupos.

            Dichas acciones transcurrieron en el barrio judío donde se encuentra la calle de Rosiers, con sus placas de los judíos que fueron deportados a los campos de exterminio nazis durante la Segunda Guerra Mundial por el gobierno de Vichy, siendo franceses y no alemanes los que realizaron el holocausto en Francia, un país donde el antisemitismo tiene raíces profundas si se recuerda el famoso Yo acuso de Émile Zola, que escribió en 1898 en defensa del coronel Dreyfus, quien, siendo inocente, fue condenado por traición atribuyéndosele ser espía por su condición de judío.

            En su momento el presidente François Hollande ofreció protección en los lugares de reunión de la comunidad judía, como escuelas y sinagogas, afirmando que “Francia sin los judíos de Francia, ya no será Francia”. Y, sin embargo, las manifestaciones antijudías han continuado hasta el gobierno actual de Emmanuel Macron.

            Las familias tienen miedo de llevar a sus hijos a escuelas judías, hay temor para abrir negocios, se violentan tumbas y se han dado numerosas acciones que muestran la extensión del antisemitismo, lo que ha provocado la salida de un buen número de judíos de ese país. En acuerdo con Israel, las autoridades francesas han conformado una comisión ministerial para facilitar la emigración de judíos y ya es mayor su emigración que la de estadounidenses y rusos que mantenían los primeros sitios.

            Los franceses han sido, por otra parte, los más reacios a acoger refugiados, aunque haya diferencias de un país europeo a otro a raíz de la oleada de migrantes de 2015, provocada por la guerra en Siria. Francia ha esgrimido las medidas más duras para aceptarlos. En España se han reforzado las fronteras y la lucha contra los ilegales, Alemania ha endurecido sus posiciones pese a su mayor disponibilidad inicial que dio la bienvenida a 1 millón de migrantes.

            En una encuesta de ese año aplicada en Alemania, Francia, Italia, Reino Unido, España, Holanda y Dinamarca, se acordó aportar al desarrollo para que los emigrantes se mantuvieran en el sur. Esos fueron los países que acogieron el mayor número y, en cambio, 26 de los entonces 50 que formaban la Unión Europea se expresaron en contra de acoger ciudadanos sirios. La encuesta se llevó a cabo tras la noche de pesadilla del 13 de noviembre de 2015, cuando en la sala de conciertos Bataclán y en las terrazas de cafés en París, 130 personas fueron asesinadas y 350 heridas, la mayoría jóvenes que asistían a los lugares de diversión. Fue la acción más brutal del llamado Estado Islámico en Europa para protestar por los bombardeos realizados en Francia contra sus posiciones en Medio Oriente y por haber ofendido al profeta con las caricaturas de Charlie Hebdo.

            Los movimientos xenófobos se incrementaron por esas acciones, como se expresa en el límite por el movimiento de Pegida (Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente), que declaró la guerra a los yihadistas que quieren erosionar el estado de derecho, las libertades y los valores europeos. Abona en el sentido de una acción concertad el hacer frente a la disposición del gobierno de Ángela Merkel de haber recibido el número más alto de refugiados. En contraste, el Parlamento de Dinamarca estableció la medida extrema de confiscar los bienes de los solicitantes de refugio cuando excedan de 10 mil coronas.

            La islamofobia ha ocultado temporalmente lo que sucede con los gitanos, forzados a vivir en la marginalidad de la cultura europea, víctimas del genocidio nazi por razones de odio; se esgrimía que su religiosidad no era precisa: eran “cristianos sin sacerdotes ni iglesias”, y, según Lutero, estaban dispuestos “a recibir varios bautismos distintos, en función de los intereses y la situación de cada momento”. Se les ha acusado de “magia, ritos satánicos e incluso canibalismo”. Nunca tuvieron un territorio definido, por lo que se les consideró “vagabundos”, gente de “ninguna parte, que llegaban de no se sabía dónde y desaparecían con el mismo misterio, turbaban y siguen turbando a los ciudadanos anclados en su tierra y sus sólidas convicciones. La etnología hizo de los gitanos un pueblo marginal en las periferias de la alta cultura europea. (Nicole Muchnik, El lado oscuro de la modernidad europea, El País, 11 de mayo de 2012).

            Pese a todo, los gitanos son identificados en las calles viviendo sus nichos de pobreza, que involucran a familias completas que no encuentran la forma de integrarse porque son rechazadas por los prejuicios que privan. Se les asocia -incluso a los menores- con actividades delictivas.

            La xenofobia y otras manifestaciones de odio que retoman hábitos muy viejos del rechazo al otro, han elevado la presencia de movimientos nacionales alegando la competencia extranjera en el mercado de trabajo, haciendo disminuir cada vez los porcentajes de la aceptación de los inmigrantes. La islamofobia exagerada que se ha venido promoviendo rebasa al antisemitismo.

            Los sucesos de Colonia provocaron que el entonces candidato a la presidencia de Estados Unidos, Donald Trump, escribiera en Twitter: “Los inmigrantes que Alemania dejó entrar atacan de forma masiva a su población. ¡Reflexionad!”. La autoridad francesa convirtió esa postura en verbo cuando criticó la islamofobia y expresó que en su país no se permitirá la “trumperización” de las mentes.

            El multiculturalismo al que dicen aspirar diferentes sociedades parece más alejado que nunca.

*Publicado Revista Proceso, núm. 2364, el 20 de febrero de 2022, págs. 56-57

Administrador

Seminario Universitario de Culturas del Medio Oriente Universidad Nacional Autónoma de México

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