Carlos Martínez Assad
Al comenzar el siglo XX el mundo estaba organizado en apenas 56 estados. Después de la Gran Guerra pasó a contar con 75. Actualmente son 193 los que forman parte de la Organización de las Naciones Unidas y aún con ese aval institucional su número varía, porque algunos no han alcanzado el estatus legal requerido.
Un ejemplo interesante lo leí recientemente en un diario internacional cuando, ante el asombro del interlocutor, una persona se presentó como nacional de Transdniestria, oficialmente República Moldava de Dniestr que, para mayores señas, se conoce como Pridnestroviana. La unidad territorial de cerca de medio millón de habitantes cuenta con al menos cuatro nacionalidades: moldava, rusa, rumana y ucraniana. Para que se entienda, se trata de una región separatista de Moldavia que se autoproclamó independiente en 1990 y tiene presencia militar rusa.
Lo que esa parte del mundo revela es un rompecabezas compuesto por países que se han agrandado y empequeñecido con el tiempo. Es una de las regiones que ha aportado más unidades nacionales luego de las dos guerras mundiales, la caída del Muro de Berlín y el fin de la Unión Soviética, lo que contribuye a explicar los conflictos que se viven en la actualidad, lo mismo que las constantes y grandes migraciones que en ella tienen lugar.
Pridnestroviana se encuentra en el sur de ese abigarrado conjunto fronterizo entre Moldavia y Ucrania, cerca del puerto de Odesa, en el Mar Negro. No pretendo hacer una lección de geografía mundial, sino simplemente acercarme a ese mundo en donde han acontecido pasajes de la historia poco conocidos y que ahora se enmarcan en las tensiones en torno a Rusia, agravadas en los últimos tiempos. La causa aparente fue el despliegue que esta última nación hizo hace unas semanas de cerca de 100 mil soldados en la frontera con Ucrania, lo cual aumenta los pronósticos de una posible invasión.
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, reaccionó y en una conversación con Vladimir Zelenski, presidente de aquel país, le informó no estar dispuesto a tolerar semejante acción. Biden también ha conversado con Vladimir Putin y éste le ha respondido que Rusia puede movilizar libremente a sus fuerzas en su territorio, y los servicios de inteligencia estadunidense añaden que cuenta para hacerlo hasta con 175 mil soldados.
Rusia se hace presente por todas partes ante la debilidad exhibida por Europa y frente al desastre de varios países del Medio Oriente. Se aprovecha de la fragilidad de la frontera con Ucrania, un país que formó parte de la otrora Unión Soviética, y su bombardeo casi a diario en Idlib, donde queda el único núcleo del Estado Islámico, para apoyar a Bachir el-Asad en el control sobre la destruida Siria. Y casualmente ese es el paso hacia Turquía, donde los kurdos mantienen una fuerte presencia.
Rusia y Turquía también se han reunido porque buscan mejorar sus relaciones, luego de las molestias expresadas por el despliegue de drones turcos en la parte de Ucrania tomada por los rebeldes, es decir, quienes se oponen a la respaldada por Rusia, algo que remite a la guerra de 2020 entre Armenia y Azerbaiyán por el control de la región separatista de Nagorno-karabaj, donde los drones turcos también hicieron su parte.
Hay molestias de parte de Rusia porque no se han cumplido los acuerdos de Minsk en los que participaron las repúblicas de Bielorrusia, Federación Rusa y Ucrania para frenar el conflicto entre el norte y el sur, que Kiev sigue considerando humillante. Rusia está en guerra con Ucrania, al menos con esa parte del país, y los enfrentamientos han causado 14 mil muertos y casi 2 millones de ucranianos han debido huir hacia otras partes de la misma Ucrania, que cuenta apenas con un territorio de poco más de 600 mil kilómetros cuadrados. Fue en ese contexto de inestabilidad que tuvo lugar el horror del vuelo de Malaysia Airlines derribado con 283 pasajeros y 15 tripulantes el 17 de julio de 2014; se afirmó que un misil tierra aire lo había impactado, pero nunca se esclareció cabalmente si fueron responsables los prorrusos o el ejército ucraniano, lo cual da una idea de los niveles de confusión de esa disputa.
Lo que está en juego ahora es que a Rusia le preocupa el acuerdo de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) -que no se relaciona exactamente con ese nombre y funciona más como un poderoso aparato militar de los imperios- de haber aceptado a Ucrania como país aspirante a formar parte de esta organización, la cual también ha aceptado la misma posibilidad para Georgia.
Y ha mantenido su exigencia en contra de ese propósito por haber insistido siempre en la negativa de que la OTAN acepte como miembros a países que pertenecieron a la Unión Soviética. Por lo mismo solamente está dispuesto a considerar el retiro de sus tropas después de que la organización descarte la promesa de las futuras membresías, lo cual sería otorgarle un veto que los otros países miembros no están dispuestos a aceptar.
Pero en el centro de la disputa está la construcción del gasoducto Nord Stream 2 que en su trayecto de mil 225 kilómetros llevará gas de Rusia hasta Alemania por el mar báltico, excluyendo a Ucrania, por donde ya pasa otro ducto. Estados Unidos ha tratado de frenar la construcción y el presidente Donald Trump logró detenerla un tiempo, alegando el daño que puede causar a la ecología. Pese a todo la obra, una de las mayores del mundo en materia de energía, iniciará sus operaciones en breve y abaratará la electricidad, completando lo que provee el Nord Stream 1. Pasará por Finlandia, Suecia y Dinamarca hasta llegar a Alemania. Se construyó con las empresas europeas más poderosas con un costo de 11 mil millones de dólares. Al final Rusia debió aportar más por las dificultades que se presentaron. La elección de la ruta por supuestos motivos económicos representa para Ucrania una pérdida anual de entre mil 500 y 2 mil millones de dólares anuales. El que ya pasa por su territorio traslada anualmente 53 millones de metros cúbicos de gas a Europa.
Ahora la Unión Europea quiere revertir la preeminencia de Rusia y la debilidad que ha mantenido en la región, para lo cual busca influir entre los separatistas prorrusos y los militares ucranianos. La presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, anunció hace poco un paquete de una sustancial ayuda por millones de euros para estabilizar la economía de Moldavia. Y quizás ayude así al equilibrio con su región separatista.
Por su parte Josep Borrell, alto representante para la Política Exterior de la Unión Europea, busca realizar una conferencia sobre la seguridad europea que, por supuesto, involucrará a los países de la OTAN y ya hace gestiones para que participen solamente los más poderosos aliados con el propósito de evitar la dispersión sobre los temas importantes y neutralizar el poderío de Rusia.
Hasta el Reino Unido, separado de la Unión Europea, toma la decisión de aparecer en ayuda de Ucrania con la propuesta de construir dos bases navales en Ochákiv, en el Mar Negro, y en Berdyansk, en el Mar de Azov, que seguramente no será una acción bien vista por Rusia, porque además de limitar sus capacidades defensivas, acerca más a Ucrania a la OTAN, a lo que ha manifestado un rotundo rechazo.
La nueva Guerra Fría tendrá nuevos móviles económicos, elementos y tiempos diferentes a los que predominaron en la segunda mitad del siglo pasado. Ya no es la Unión Soviética sino Rusia la que se mantendrá en uno de los polos, y en el otro, los países de Europa jugarán un papel más significativo que Estados Unidos.
*Publicado en Revista Proceso, núm. 2358, el 9 de enero de 2022