Un mundo en guerra

Carlos Martínez Assad

Nada más exacto que la afirmación del historiador Hayden White respecto de que una historia expresaba la ideología o las tendencias del narrador. En un mundo convulsionado como el que vivimos, lleno de complejidades, de naciones diferenciadas o que en su interior incorporan varias identidades, las culturas, etnicidades, religiosidades, lenguas, desarrollos económicos, herencias de civilizaciones y, en muchos casos, milenios de una historia propia les dan mayor disposición a los conflictos, a las guerras.

Algún historiador mencionó que el mundo nunca vivió un tiempo de paz tan prolongado como el que se inició al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Quizás tenía razón, si aún no se contemplaba en el horizonte lo que vendría de inmediato con la guerra en Indochina contra los franceses (1946-1954), no dispuestos a perder sus espacios coloniales; el neocolonialismo tampoco les favorecía como lo constató su guerra en Argelia (1954-1962) con el nacionalismo anticolonialista argelino.

Entre 1947 y 1948 se dieron enfrentamientos entre británicos y judíos en la Palestina británica, que derivó en la guerra a la que dio origen a la decisión de la ONU de crear un Estado judío y otro árabe, sólo que los países de la región ya conformados no aceptaron el arreglo con la presencia de un “otro” que se les imponía. Los nacionalismos que se fortalecían a partir de entonces hizo más difícil que privara la razón y se diera cabida a nuevos Estados donde se formaron otros con la caída del Imperio Otomano en 1918.

La guerra por el control del Canal de Suez en 1956, debido a la nacionalización del mismo, emprendida por Gamal Abdel Nasser como presidente de Egipto, lo enfrentó a antiguos países colonialistas como Inglaterra y Francia en alianza con el recientemente creado Estado de Israel. Puede leerse como preámbulo de la Guerra de Seis Días en junio de 1967, cuando se demuestra la superioridad armamentística de Israel sobre Egipto –pese a estar apoyado por Siria, Jordania e Irak, principalmente– perdiendo sus territorios de Sinaí y la Franja de Gaza. Igualmente los jordanos perdieron territorio que les permitía el control sobre la ciudad antigua de Jerusalén.

Resulta que otra potencia también se expresaba en las guerras que tenían lugar, fue la Unión Soviética, que desde 1955 proveyó de armas a Egipto y, por su parte, el nuevo Estado de Israel ya recibía insumos de guerra de los países más poderosos como Estados Unidos, Francia e Inglaterra.

Con las nuevas construcciones nacionales que fueron configurándose radicaron muchos de sus problemas porque separaron identidades y pueblos generando un mosaico de diversidades con las que debían lidiar los nuevos Estados. En esa división está mucho del origen de sus dificultades como lo explica Uzi Rabin. Conflictos que unen la historia de Israel y que, a veces de forma increíble, va superando el país, aunque sus raíces permanezcan.

La Revolución Cubana desplazó el conflicto del viejo al nuevo mundo, y una guerra mundial como las dos previas estuvo a punto de gestarse cuando en octubre de 1962 Estados Unidos acusó a la Unión Soviética de establecer una base de misiles en la isla. Las tensiones desatadas llevaron a esas semanas la crisis de los misiles porque, de darse un ataque del ejército estadunidense podría dar lugar a una primera confrontación con armas nucleares que desde entonces se ha temido.

En la región de los Balcanes, constituida luego de la Segunda Guerra Mundial ya en el contexto de la influencia de la Unión Soviética, ocurrió una fuerte agitación nacionalista que llevo entre 1991 y 1992 al desmembramiento de Yugoslavia, vinculada también al fin de la Guerra Fría y la Caída del muro de Berlín. Constituyéndose en algo semejante a lo ocurrido en Medio Oriente a partir de 1920, así se establecieron varios países sin observar las diferencias culturales e incluso las religiosidades y esos afanes nacionales surgieron en Eslovenia, Croacia, Bosnia-Herzegovina, Montenegro, Macedonia del Norte y Serbia.

La guerra entre esas nuevas conformaciones nacionales tendría aún expresiones trágicas, cuando las fuerzas serbias atacaron Srebrenica el 11 de julio de 1995, dirigidas por el general serbiobosnio Ratko Mladic, que llevó a cabo una operación de diez días para tomar Srebrenica y someterla a una limpieza étnica. Se consideró genocidio la muerte de más de ocho mil personas donde se encontraban mujeres y niños, y principalmente hombres con la particularidad de ser todos musulmanes bosnios.

El problema, pese a todo, no se resolvió sino hasta que en 2008 la mayoría albanesa se separó del resto de Serbia, cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la propuesta presentada a la Corte Internacional de Justicia para declarar la independencia de Kosovo. Lo que dio lugar a que, con la desaparición de Yugoslavia, se establecieran no ocho si no nueve países.

Otro de las herencias que dejara el fin de la Guerra fría fue la guerra Nagorno-Karabaja-República de Azerbaiyán, que desde 1988 ha causado la muerte de entre 20 y 30 mil personas.

El origen del problema se dio cuando la Unión Soviética tomó la decisión de incluir una región montañosa poblada por mayoría armenia en la nueva república. Se trató de algo muy amañado porque se trata de un corredor que rompe con la integridad de la República de Armenia. Aunque el problema no se ha resuelto cabalmente, en 2023 el Congreso de Nagorno Karabaj acordó la anexión de su territorio a Azerbaiyán.

El siglo XXI no cancelará las tendencias a un mundo en guerra si se hace un recuento que incluya el prolongado conflicto en Siria, con casi medio millón de muertes. La guerra interna en Yemén, azuzada desde el exterior por Arabia Saudita y por Irán, con las lamentables consecuencias entre la población de los hutíes, sometidos a un régimen casi esclavista y entre los más pobres del mundo.

El gobierno de China sigue diezmando a los uigures, una minoría étnica musulmana originaria de la región de Turquestán Oriental. La mayor parte habita en la Región Autónoma Uigur de Xinjiang, al noroeste de China, pero también están asentados en Kazajistán, Kirguistán y Uzbekistán. El lugar ha sido tradicionalmente un foco de tensión étnica. Como en el Tibet, la propuesta china es de la una integración completa que borre no solamente sus rasgos étnicos sino los culturales y particularmente los religiosos, los que se recrudecieron luego de varios atentados en China entre 2013 y 2014 atribuidos al radicalismo islámico de los uigures, aunque nunca se logró demostrar.

Así, lejos de la posibilidad de que el mundo esté en paz, resulta la más lejana de las utopías a la luz de apenas algunos de los hechos que lo han reconfigurado con el nacimiento de nuevas naciones y, paradójicamente, han arrojado millones de muertos en apenas medio siglo.

Publicado el 22 de mayo en Proceso.

Administrador

Seminario Universitario de Culturas del Medio Oriente Universidad Nacional Autónoma de México